EL BIGOTE

Por Nancy LUNA

CHOLULA.- Antes que Moliére, los egipcios opinaron que la barba era el signo de la autoridad. La mayoría de los faraones están representados con una barba postiza. Los asirios exhibían hermosas y ensortijadas barbas, y obligaban a sus esclavos a afeitarse. En cambio, los griegos y los romanos estaban afeitados: sus esclavos a menudo lucían barba y bigote.

El rasurado con cuchillas de piedra era técnicamente posible desde el Neolítico, aunque una de las representaciones más antiguas mostrando a un hombre afeitado y con bigote es la del mayordomo Keti, que vivió durante la dinastía VI (tercer milenio A.N.E.).

Estuvo de moda siglos atrás en los ejércitos de numerosas naciones, con gran variedad de estilos. En general, los hombres jóvenes y los de grados inferiores llevaban pequeños y menos elaborados bigotes; los oficiales de alta graduación y los veteranos portaban espesos mostachos. En algunos países fue obligatorio, para los soldados, dejar crecer el bigote. El ejército británico, por ejemplo, prohibió el rasurado del labio superior, en todos los grados, desde el siglo XIX hasta que el reglamento fue abolido mediante una Orden del ejército de 6 de octubre de 1916.

En las culturas occidentales, la mujer, generalmente, suele eliminar el pelo facial. La artista Frida Kahlo se pintó con bigote y barba. Esta imagen transgresora fue utilizada por algunos surrealistas en las artes. En los años 1920 fue típico el estilo masculino de vestimenta negra, sombrero, bigote y monóculo (lente para un solo ojo).

Al parecer, el vocablo bigote es una corrupción de la voz alemana bey Gott, que significa «¡Vive Dios!». Esta expresión era constantemente utilizada a modo de juramento por los caballeros flamencos del séquito de Carlos V mientras se atusaban las puntas de sus enormes mostachos. La costumbre estaba vista por sus camaradas españoles como una muestra de arrogancia.

El bigote reapareció con los húsares. Estos cuerpo de caballería de origen húngaro, tenían la cabeza completamente afeitada a excepción de un jopo de cabello en la punta de la cabeza, y de unos grandes bigotes caídos. Los otros cuerpos de caballería, emocionados por estos hermosos ejemplares, reclamaron también el derecho de usar bigote.

Tiempo después la barba fue casi relegada al olvido. Lo único que persistió fue el bigote, último vestigio del poderío masculino. Después de 1830, el bigote se generalizó. Sin embargo, los marinos, los cómicos, los magistrados y los sirvientes continuaron afeitándose, y ciertos tribunales prohibieron a los abogados que actuasen delante de ellos con bigotes.

Desde entonces la moda ha variado muchas veces. ¿Quién diría que en Paris estuvieron a punto de batirse por el bigote? Pocos años antes de la guerra, estalló una huelga homérica: la de los mozos de café, que exigían el derecho de usar bigote, que hasta entonces se les había negado. Se volcó mucha tinta a causa de esta reivindicación, hasta que los mozos salieron con la suya. El derecho de tener pelo en la cara les fue otorgado.