LA INCERTIDUMBRE DE NO SABER 

La incertidumbre, según la Real Academia Española es la falta de certidumbre o de certeza, es decir, significa la falta de seguridad y esa sensación de inseguridad de lo que no podemos saber y de lo que no se tiene respuesta concreta o cierta.

En estos momentos de crisis emocional y de salud, producto de muchos meses de confinamiento voluntario o involuntario; de cifras de contagios y muertes, manejadas con gran irresponsabilidad por parte de la autoridad encargada de manejar la crisis pandémica; de una cantidad de información, cierta o falsa sobre el propio virus; las múltiples formas sugeridas de prevenir el contagio; la posibilidad de llegar, al fin, a encontrar la vacuna, así como los diferentes pronósticos sobre cuándo llegará a controlarse o llegará a su fin la pandemia, nos presenta cinco incertidumbres que están complicando mucho las relaciones personales, familiares, de amistad y profesionales.

La incertidumbre de quién nos puede contagiar; la incertidumbre de no saber de dónde proviene el contagio; la incertidumbre por saber cuándo podemos llegar a contagiarnos; la incertidumbre de saber cómo reaccionará nuestro cuerpo en caso de contagio, así como la incertidumbre de saber en cuánto tiempo se terminará esta crisis, y cuánto tardaremos en volver a vivir la vida que vivíamos apenas hace algunos meses, nos complica la existencia.

La incertidumbre de no saber quién nos puede contagiar del COVID-19, es quizá la más difícil de sobrellevar, sobre todo desde que nos enteramos de que existen personas contagiadas pero que son asintomáticas, es decir, esas personas que no presentan ningún síntoma de la enfermedad pero que pueden llegar a contagiar a los demás.

En nuestro país el grave problema que padecemos es que la autoridad gubernamental decidió no aplicar un mayor número de pruebas para conocer el número real de contagiados, asintomáticos o no, en el grueso de la población, por lo que nadie puede saber quién es asintomático hasta que se va a realizar un análisis clínico, producto, en la mayoría de los casos, de la alerta generada por algún conocido o familiar, que avisa haber contraído el virus.

La incertidumbre de saber de dónde proviene el contagio, y la pregunta lógica de si es a través del medio ambiente en el que respiramos, de algún objeto que tocamos, o si fue alguien a quién saludamos, platicamos o simplemente nos encontramos en un mismo espacio de convivencia.

La incertidumbre de no saber cuándo podemos llegar a contagiarnos, mañana, en una semana, en un mes; y si se tuvo el contagio, no tener la certeza del día en que sucedió, o quizá creer que se es uno de los privilegiados que no se contagiarán, porque en el peor escenario, se estima que existirá un 20% de la población mundial que será inmune al virus.

La incertidumbre que se tiene por saber cómo reaccionará nuestro cuerpo ante el contagio, si se presenta un cuadro de fiebre, tos seca, dolor de cabeza, cansancio o pérdida del olfato y de qué magnitud será cada uno de esos síntomas.

Por último, la incertidumbre por no saber cuándo se aplanará la famosa curva de contagio, y cuándo se domará a la pandemia para volver a vivir nuestra vida con normalidad, puede provocarnos rechazo, negación, depresión o desesperación, por lo que creo que debemos empezar por aceptar la incertidumbre, reconocer que existe en nuestras vidas y aunque duro y difícil, también es cierto que aceptar reglas simples de convivencia nos ayudará a vivir con menos angustia.

Quizá la única forma probada de hacerle frente de manera eficaz a la incertidumbre que hemos experimentado es más sencilla de lo que parece, la utilización del cubre bocas y gel desinfectante, así como guardar una sana distancia para la convivencia es lo de hoy y parece que durante mucho tiempo.

Esta no es realmente la nueva normalidad promocionada, es la nueva realidad que debemos aceptar para continuar y darle certeza a nuestras vidas, para superar la incertidumbre.