Valentía ¿para qué? 

Por Alejandro MARIO FONSECA 

CHOLULA.- El Cantar del Mío Cid es la más antigua canción de gesta conservada casi íntegramente. Narra la vida de un personaje histórico y activo durante la etapa de la reconquista de la Península Ibérica, Rodrigo Díaz de Vivar (¿1.040-1.099?), desde el momento en que cae en desgracia ante Alfonso VI hasta su muerte, pasando por sus momentos de mayor gloria. El poema se divide en tres cantares:

El Cantar del Destierro, que narra cómo el Cid es injustamente desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI. Antes de marchar, deja a su mujer e hijas en el Monasterio de Cardeña. Para mantener a su pequeño ejército, su lugarteniente Martín Antolínez consigue dinero de manera más o menos fraudulenta de los judíos. Se encamina hacia la frontera de Castilla y establecen su plan para derrotar a los moros.

El Cantar de las Bodas en el que el Cid marcha sobre Valencia logrando colocar su estandarte en el alcázar. El rey le concede el permiso para que su familia se reúna con él. Los Infantes de Carrión, atraídos por la riqueza del Cid, piden a sus hijas, Elvira y Sol en matrimonio.

El Cantar de la Afrenta de Corpes narra cómo los infantes, para vengarse de los insultos de los hombres del Cid, se muestran cobardes y brutales agrediendo a sus esposas en el robledo de Corpes a su regreso a Castilla. El Cid demanda venganza a Alfonso VI quien convoca las Cortes de Toledo. Los infantes son vencidos en un duelo y las hijas del Cid se vuelven a casar con los Infantes de Navarra y Aragón. El Cid muere en Valencia cubierto de gloria. (sites.google.com).

La muerte del Cid 

Este resumen no nos dice mucho, para profundizar en la calve del poema hay que leer con detalle cómo es que muere El Cid.

Durante sus últimos años, y tras frenar la enésima embestida de los almorávides en 1097 en la batalla de Bairén, al lado de Pedro I de Aragón, Rodrigo Díaz de Vivar se recluye al calor de su corte y pasa los días sumergido en fiestas, galas y desarrollando sus aficiones, como los deportes, la música o la literatura.

Lo cierto es que a veces resulta complicado diferenciar la realidad y la enorme cantidad de leyendas que envuelven a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, el personaje histórico, el héroe español, «el forajido sin ley», en palabras del intelectual del 98. La mayor exageración del mito se encuentra en ese relato épico según el cual el caballero derrotó a las huestes del rey moro Búcar que atacaban Valencia después de muerto, subido a los lomos de su caballo.

Sin embargo, el caballero castellano no hallaría la muerte en el campo de batalla, con un final heroico, ni con su cadáver espantando a los soldados musulmanes que lo contemplarían como una suerte de dios, sino que fallecería en Valencia el 10 de julio de 1099 por causas naturales, convirtiéndose su mujer Jimena en la señora de Valencia hasta que su defensa se hace imposible en 1102. Tenía poco más de cincuenta años Rodrigo Díaz de Vivar cuando halló la muerte, toda una vida para las gentes de aquella época. Y qué vida. (Cfr. elespanol.com).

Pero sucede que esto no es todo, como en toda historia antigua (y moderna también) los seres humanos tendemos a enriquecerla a base de leyendas y de mitos. Y El Cantar del Mío Cid, es tal vez el paradigma por excelencia de la historia política de la humanidad. Veamos el detalle que para mí sigue siendo seductor, como todo mito.

El mito 

Cuentan que lavaron varias veces su cuerpo, lo enjuagaron con bálsamos y mirras de los pies a la cabeza, lo armaron con cotas de malla y yelmo de buen acero, lo vistieron con talares blancos y, con la Tizona en la mano, los ojos abiertos y las barbas aderezadas y limpias, lo subieron a lomos de Babieca.

Con Pedro Bermúdez, su portaestandarte, a un lado, y Gil Díaz, su hombre de confianza, un musulmán convertido a la fe cristiana, situado en el flanco contrario, Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador, salió por última vez al frente de sus huestes y derrotó a los almorávides en justa liza, expulsándolos hacia el mar, causando una enorme mortandad entre sus filas y provocando que muchos se ahogaran antes de subir a los barcos para huir. (Cfr. larazon.es/cultura). 

En suma, el Cid, muerto en su caballo, gana la batalla. Se trata de una enorme lección de realpolitik o de política realista, que es la de la diplomacia, basada principalmente en consideraciones de circunstancias y factores dados, en lugar de nociones ideológicas explícitas o premisas éticas y morales.

A este respecto, comparte aspectos del enfoque filosófico con los del realismo y el pragmatismo. A menudo, en ciencia política esto lo denominamos simplemente como «pragmatismo».

Es curioso, cuando yo leí El cantar del Mío Cid en tercero de secundaria, me encantó. Y mi recuerdo más claro de aquella primera lectura, es la imagen de El Cid que entra al campo de batalla montado en su caballo Babieca, y que aunque muerto (que nadie lo sabía) es lo que desanima al enemigo y gana la contienda.

Y en efecto, la imagen de El Cid Campeador, es la que pragmáticamente “gana la batalla”: su “viva presencia” es la que desanima a los adversarios, que se rinden de inmediato.

Valentía

Insisto, se trata de una enorme lección de ciencia política. Y así ha sido siempre, prácticamente las imágenes lo son todo. El Cid existió realmente y se trata  del mayor héroe de la Reconquista en la lucha contra los moros invasores.

Sin embargo, fue un mercenario que incluso luchó de lado de los musulmanes en algunas ocasiones. Más allá del punto de vista popular en la que aparece como héroe, lo que quiero destacar es el mito de su imagen.

¿Realmente fue un mercenario? Definitivamente no. Y es que España sin los moros, sencillamente no sería España. Atrás del calificativo está el racismo. El Mío Cid fue un héroe y en todo caso el villano fue nada menos que el rey Alfonso VI.

Lo impresionante de esta lección de ciencia política, es que a un milenio de distancia sigue vigente. Pensemos, en un arrebato de imprudencia periodística, en las imágenes del loco Trump y de nuestro Presidente AMLO, en las que se niegan a utilizar cubre bocas.

Más allá de que si el trapito es útil o no, utilizarlo es símbolo de debilidad. Y tanto a Trump como a AMLO, lo que les interesa es mostrarse ante sus gobernados como hombres valientes. El primero por su arrogancia acendrada y el segundo por su necesidad del apoyo popular, sin el cual no sería posible avanzar en su proyecto de la Cuarta Transformación.